El año pasado en estas mismas fechas formé parte de un curso
en el que se representó una escena típica y cotidiana entre políglotas: un curso
intensivo de Georgiano Medieval en la Universidad de San Dámaso, en Madrid. Los
idiomas que se utilizaban eran siete: español, francés, italiano, inglés, alemán,
en algunas ocasiones también griego bizantino, siríaco; y de fondo rondaban siempre el armenio y el
latín, aunque no recuerdo si aparecieron. La lengua que se estudiaba era el
georgiano medieval, pero el georgiano moderno se usaba de referencia
continuamente, tanto en morfología como en sintaxis.
El profesor hablaba en francés y todos le seguíamos
con perfecta fluidez; de los alumnos la mitad éramos hispanohablantes,
la otra mitad eran italianos, de modo que entre nosotros usábamos para
hablar estos tres idiomas. Mucha de la bibliografía y las ediciones que
utilizábamos en clase procedía de libros en inglés. El gran diccionario
de consulta (en donde a veces el profesor buscaba alguna variante de algún
verbo en algún manuscrito y cuya explicación leía en alto para todos, y todo el
mundo entendía perfectamente) estaba en alemán, por supuesto, como ya
estarán imaginando mis lectores procedentes de Filología Clásica o de Bíblica
Trilingüe: siempre la referencia final y definitiva está en algún tomo de las enormes
publicaciones lexicográficas alemanas sobre lenguas antiguas. Los textos que
estudiábamos solían tener como origen algún relato en griego bizantino,
alguna traducción de expresiones griegas de San Juan Crisóstomo o del Nuevo
Testamento; y aparecían también en los textos georgianos expresiones e
imágenes procedentes de los poemas de San Efrén en siríaco. Incluso en
algún momento hicimos referencias a algún aspecto de la morfología de las
lenguas bantúes, por muy exótico que parezca, a causa de las rarezas
extravagantes de la gramática georgiana. Aunque todos los presentes conocían
bien lenguas indoeuropeas y semíticas, quizá sólo el profesor y yo conociéramos
lenguas bantúes, pero seguramente los demás siguieron los comentarios sin
ningún problema, gracias a sus conocimientos de lingüística comparada. También
hicimos comentarios referentes al persa y su entorno cultural, motivados
por el contenido de uno de los textos, en el que un rey georgiano sometido al
emperador sasánida se convertía al zoroastrismo por conveniencias políticas. A todas estas lenguas que utilizábamos en el
curso intensivo de georgiano medieval, habrá que añadir las que se encontraban
en la mente de los presentes: la mayoría eran expertos en arameo y hebreo, una
en árabe, el profesor seguramente conocía bien el ruso… y no me habría sorprendido
que los presentes conocieran también el sogdiano, el copto, etc…
Este despliegue
políglota es algo cotidiano entre los estudiosos de lenguas antiguas en España.
Pero también se puede encontrar en otros campos de la Filología,
entre las lenguas modernas: en publicaciones de textos literarios con
comentarios y extensas notas a pie de página, a menudo se cita en la lengua
original la explicación de algún investigador sobre algún punto del texto. No se
da la traducción, porque se supone que un estudioso a ese nivel de erudición
filológica está más que acostumbrado a leer bibliografía en cinco o seis
idiomas. Se dan por sabidos el latín, el portugués, el francés,
el italiano, el inglés y el alemán. En otros ámbitos
filológicos se podrán encontrar citas en lenguas escandinavas que se dan por
sabidas, o bien lenguas eslavas, o bien lenguas clásicas o semíticas, etc…
Quiere esto decir que hay un nivel de erudición filológica en el que es normal encontrar políglotas cotidianos al estilo que se plantea en este Club Mitrídates.
Pasemos ahora a
otro campo de la cultura en el que es típico el utilizar muchos idiomas de
manera cotidiana: los aficionados a la ópera, los cantantes de ópera y los
músicos internacionales.
Tambien se puede explicar desde otro punto de vista: la ópera es un arte que se creó en un círculo social de personas que eran políglotas cotidianos. Durante los últimos 400 años los aficionados a la música vocal solían haber recibido de antemano formación en esos idiomas en que se cantaba, porque los utilizaban también en otras expresiones culturales de su vida. Cuando en la época actual te aficionas a la ópera, acabas convirtiéndote en políglota porque lo uno va entrelazado con lo otro.
En una ocasión, en un castillo que visitaba, pude leer una explicación de cuál era la formación típica de los niños aristócratas en la Bohemia del siglo XIX: tenían varios preceptores privados y un aula dedicada al estudio dentro de palacio. Todos los días se dedicaban a estudiar 5 idiomas, y en esos textos ya iban surgiendo los conocimientos necesarios de historia, arte, literatura y geografía, sin necesidad de que fueran asignaturas aparte. Estudiaban latín, francés, inglés, italiano y la lengua que usaban en casa, el alemán. Jugando por patios y jardines con los niños de la servidumbre aprendían checo. De modo que terminaban siendo políglotas cotidianos, preparados para viajar y comunicarse con sus pares en otros países, y de paso, para entender la liturgia, las óperas y canciones de su época. Por supuesto su educación se completaba con música, dibujo, esgrima, hípica.
En otras zonas geográficas se aprendería español, portugués, ruso o sueco... Lo que más me gusta es el régimen de estudio: todos los días cuatro o cinco lenguas. Muchos no cursaban más estudios que éstos, sólo algunos iban a la universidad por intereses o necesidades variadas.
Las lenguas más usuales de la lírica son bien conocidas, pero las nombraré aquí por si a alguien le sirviera de motivación para nuevas lecturas y audiciones: el latín para la música sacra (en toda su amplia variedad de géneros), el español, el italiano, el francés, el inglés, el alemán, el ruso, el checo. Menos usuales son el catalán, el portugués, el danés, el noruego, el sueco, el polaco. Hay música sacra espectacular en griego y ruso.
¿Qué significa esto? Que hay muchos cantantes que utilizan cinco idiomas cotidianamente y algunos más: completos superpolíglotas. Aquí se puede ver por ejemplo un disco de Renée Flemming en el que ella canta en italiano, francés, alemán, ruso y checo.