(Segundo esbozo del artículo)
Desde mi punto de vista, desde mi visión y mi experiencia vital, la pregunta es otra: ¿Cómo es que no está el mundo lleno de políglotas? ¿Cómo es que no sale todo el mundo de los colegios hablando cinco idiomas? ¿Cómo es no salen los estudiantes de las universidades hablando diez?
Precisamente, lo que me resulta extraño, contradictorio y casi increíble es que no haya más políglotas a mi alrededor. Y la razón de esto es que para mí ser políglota y más aún, superpolíglota, me parece algo completamente natural, normal, cotidiano y especialmente esperable en un entorno y en un mundo como en el que vivimos. Y especialmente esperaría encontrármelos en una carrera como la que yo estudié, Filología Clásica.
De modo que me han dejado bastante perpleja algunos casos que he conocido de profesores de latín en institutos que me comentaban que habían comenzado a estudiar italiano y lo habían dejado porque no habían podido con ello, se les había hecho un mundo... ¡italiano! Me quedaba atónita y buscaba una explicación. También estuve participando en un foro de cultura clásica en internet y en una ocasión en que comentaba yo sobre lenguas, otro filólogo se indignó muchísimo y escribió que era imposible saber más de tres lenguas (no recuerdo ahora si dijo 3 ó 4) y desde luego que no era posible saber italiano y galés a la vez... Yo no cabía en mi asombro... ¿dónde estaría la causa?
Y continúa la perplejidad mirando a mi alrededor: vivimos en Europa, rodeados de montones de lenguas preciosas, rodeados de librerías y bibliotecas donde están los libros donde aprender esas lenguas hermosas y las enciclopedias donde consultar sobre sus filiaciones y literaturas, vivimos en unos tiempos en que tenemos el privilegio de contar con una red de información tendida por todo el planeta y tenemos acceso a vídeos y música y textos de casi casi todos los países y todas las lenguas (por lo menos un centenar de ellas están bien representadas). Las instituciones de nuestros países nos han provisto de una enseñanza gratuita donde todos los niños reciben formación lingüística suficiente como punto de partida para estudiar la cantidad de lenguas que desee. Todos tienen acceso al inglés y muchos al francés y otras lenguas. Lo tenemos todo a nuestro alcance para ver, escuchar, leer, viajar y conocer.
Por mi parte he ido aprovechando todas las oportunidades que he encontrado para estudiar el mayor número posible de idiomas. Es verdad que por el camino me he encontrado algunas lenguas que no me gustaban o no me interesaban, pero esas eran las menos, ni siquiera una de cada diez.
En mi ámbito familiar extenso: padres, hermanos, tíos, primos, sobrinos, cuñadas y sus familias respectivas... casi la mitad son políglotas, más de la mitad de mis sobrinos hablan dos o tres lenguas desde pequeños y acabarán hablando más de cinco seguramente cuando sean mayores. Lo curioso es ¿por qué no todos? ¿por qué no todos mis familiares hablan alemán, italiano y sueco como los otros miembros de la familia, más inglés y francés como lenguas básicas para moverse por el mundo?
La respuesta está compuesta de múltiples factores: porque no quieren, porque no se han interesado por el tema, porque creen que no pueden, porque están absortos en otras aficiones.
Y precisamentela explicación de cómo se hace una políglota consiste en esos mismos factores a la inversa: porque el mundo de los idiomas absorbe mi atención, porque creo que puedo perfectamente aprender todo lo que quiera, porque siempre me ha interesado conocer más sobre este mundo poliforme y complejo en que vivimos, y finalmente porque lo deseo y lo quiero con toda la determinación y toda la concentración.
Al principio no tenía fácil acceso ni a manuales de estudio, ni a oportunidades de escuchar las lenguas del mundo, casi mi única fuente era la bendición papal Urbi et Orbi que todos los años podía escuchar en la televisión y las Olimpiadas, también en la televisión. Pero estaba pendiente de las películas, de la música, de los libros que tuviera a mi alrededor para aprender todo lo que fuera capaz.
Hasta los 17 años no supe que existían colecciones de libros para aprender idiomas de forma autodidacta, gramáticas con explicaciones, ejercicios, CDs con audio. Esto amplió mis perspectivas de forma extraordinaria: podía aprender Swahili sin esperar a ir a África...
A los 18 años ya comencé a viajar por Europa y vivir de cerca los idiomas de otros países. Y desde entonces no he parado de estudiar y de viajar: tenía la motivación, tenía las gramáticas y tenía la formación para poder sacar provecho de ellas.
De modo que voy a tratar de sintetizar qué factores son los que posibilitan que una persona se convierta en una superpolíglota:
-darse cuenta de que se es ciudadana del mundo y de todas las lenguas y culturas que hay en él,
-saber qué lenguas hay y a qué familia lingüística corresponde cada una,
-ir desarrollando el conocimiento y el interés por diferentes culturas con sus lenguas correspondientes,
-haber aprovechado los estudios de Lengua Española, Inglés, Latín y Griego que se ofrecían en el colegio,
-haber aprendido las canciones y las óperas de las varias lenguas a que tenía acceso, haber comenzado a leer cómics y novelas en las lenguas que podía, incluso antes de comprenderlas del todo y aun de estudiarlas formalmente,
-viajar al extranjero, cartearse con amigos de otros países,
-estudiar la carrera de filología que ofreciera más lenguas: Filología Bíblica Trilingüe (latín, griego, hebreo, optativas: francés, árabe, copto, acadio)
-llevar una vida sana, con el cerebro limpio de sustancias que alteren su funcionamiento y durmiendo bien,
-practicar ejercicios que favorezcan la concentración, la coordinación y la disciplina: ballet y yoga; también pasear mucho por montañas y parques,
-escuchar mucha música de muchos tipos y aprenderla, estudiar canto, conocer con profundidad muchas obras,
-comprar muchos manuales de estudio y diccionarios, novelas y otros tipos de libros,
-dedicar tiempo todos los días al estudio, incluso en vacaciones, incluso viajando; el estudio es un placer y un disfrute, exactamente igual que la música; sentarse a estudiar, hacer ejercicios y leer se convierte en una rutina cotidiana.
Todo se resume en pocos puntos: mentalidad políglota, motivación incansable, confianza absoluta en las propias capacidades, gestión saludable de las fuerzas físicas y mentales, desarrollo de habilidades como la atención, la concentración y la memoria, disciplina constante que nace del alegre disfrute diario de las bellezas culturales a que da acceso el conocimiento de idiomas.
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- Mentalidad políglota
Mi ambiente familiar en la niñez era bastante monolingüe, pero de manera inconsciente yo estaba pendiente de cada aspecto que indicara la presencia de un idioma extranjero, y no sólo lo captaba al vuelo y le prestaba toda mi atención, sino que me lo apropiaba como mío. Estos retazos de idiomas foráneos me causaban interés y delicia, como si fueran curiosos caramelos lingüísticos. Por ejemplo, mi madre sabía latín y francés, no los usaba a menudo, no se dedicaba a leer en francés, ni las misas ni los rezos eran ya en latín, pero a veces decía alguna palabra alguna de esas lenguas con naturalidad. A mí me dejaba fascinaba e instantáneamente asumía que si mi madre sabía esas lenguas yo, por supuesto también iba a saberlas. En casa había misales y otros libros antiguos decimonónicos en latín. Yo no los leía, pero sabía que algún día lo haría. Mis tres hermanos mayores iban avanzando cursos, cada nueva etapa era un acontecimiento familiar. Yo viví como apoteósico cuando mis hermanos comenzaron a estudiar francés, (entonces se empezaba en 6º de primaria con los idiomas). Los libros que iban comprando en los sucesivos cursos me tenían fascinada, aunque aún no los estudiaba. Mi hermana, con la que compartía dormitorio, empezó francés cuando yo estaba en 3º, y mientras estudiaba por la tarde a veces recitaba de carrerilla la conjugación de algún verbo, y yo seguía ensoñada en la fascinación. Al curso siguiente ocurrió un gran evento: en el colegio decidieron cambiar del francés al inglés, de modo que mi hermana cambió en el curso que ahora es 1º de secundaria al inglés. A mí esta situación me emocionó muchísimo. Me comía el libro con los ojos, y ya mi hermana recitaba no conjugaciones, sino listas de verbos irregulares. Yo asumía que en el futuro yo iba a saber las tres lenguas: inglés, francés y latín. Lo tenía clarísimo y lo esperaba con anhelo.
Entonces la música que se escuchaba en casa era mayoritariamente en inglés, aunque ninguno de nosotros entendía nada. De los discos de música clásica aún no teníamos óperas ni oratorios en casa, sólo música instrumental. Y otros discos en español, por supuesto. El hecho de conocer casi todas las canciones de los discos de memoria y ver la posibilidad de ir descifrándolas con la ayuda de las futuras clases de inglés que recibiría en el colegio era una de las maravillas de la vida para mí en aquella edad. Fue emocionante ver en el primer libro de inglés, en las primeras lecciones, la lista de los números, porque todos nos los sabíamos ya gracias a una escena del musical Jesus Christ Superstar, podíamos recitarlos de memoria sin haberlos visto nunca antes. Ver cómo eran en realidad fue todo un descubrimiento.
Cuando llegué a 6º, 11 añitos, por fin comencé yo mis propias clases de inglés, podéis imaginar con qué fruición estudiaba yo el vocabulario y todo. Al curso siguiente ocurrieron varias cosas importantes: mi hermana comenzó a estudiar latín y tenía que aprender de memoria las declinaciones desde el primer día y quien se las preguntaba era yo. Me moría de emoción por tener el libro de latín en mis manos, y me encantaba lo que ella aprendía. Vi por primera vez una gramática de griego, en un banco a la hora del recreo. La abrí, vi el alfabeto y no pude resistirme, me puse inmediatamente a prendérmelo. Decidí que yo también iba a saber griego cuando fuera mayor. Mi hermana fue a Roma en Semana santa y volvió con un grueso cómic del Pato Donald en italiano. Me dediqué durante el verano a leerlo una y otra vez, pues a la primera no lo entendía, hasta que poco a poco se fue haciendo la luz en mi cerebro y fui entendiendo más o menos lo que decían, como construyendo un puente entre el italiano y el español. Otra lengua más que decidí que iba a saber. Y ese verano también fue la Olimpiada de Moscú, tan exótica, tan extraña, tan soviética, con tantas letras cirílicas, tan... vamos, que en un santiamén decidí que yo iba, por supuestísimo, a saber ruso cuando fuera mayor, sin ningún genero de duda ni vacilación ninguna. Eso es tener una mentalidad políglota, aun sin estar rodeada de idiomas por todas partes, como se puede estar hoy en día gracias a internet, me agarraba a los pequeños cabos que llegaban hasta mí y decidía hacerlos míos.
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