jueves, 9 de junio de 2016

Políglotas cotidianos


   El año pasado en estas mismas fechas formé parte de un curso en el que se representó una escena típica y cotidiana entre políglotas: un curso intensivo de Georgiano Medieval en la Universidad de San Dámaso, en Madrid. Los idiomas que se utilizaban eran siete: español, francés, italiano, inglés, alemán, en algunas ocasiones también griego bizantino, siríaco;  y de fondo rondaban siempre el armenio y el latín, aunque no recuerdo si aparecieron. La lengua que se estudiaba era el georgiano medieval, pero el georgiano moderno se usaba de referencia continuamente, tanto en morfología como en sintaxis.


   El profesor hablaba en francés y todos le seguíamos con perfecta fluidez; de los alumnos la mitad éramos hispanohablantes, la otra mitad eran italianos, de modo que entre nosotros usábamos para hablar estos tres idiomas. Mucha de la bibliografía y las ediciones que utilizábamos en clase procedía de libros en inglés. El gran diccionario de consulta (en donde a veces el profesor buscaba alguna variante de algún verbo en algún manuscrito y cuya explicación leía en alto para todos, y todo el mundo entendía perfectamente) estaba en alemán, por supuesto, como ya estarán imaginando mis lectores procedentes de Filología Clásica o de Bíblica Trilingüe: siempre la referencia final y definitiva está en algún tomo de las enormes publicaciones lexicográficas alemanas sobre lenguas antiguas. Los textos que estudiábamos solían tener como origen algún relato en griego bizantino, alguna traducción de expresiones griegas de San Juan Crisóstomo o del Nuevo Testamento; y aparecían también en los textos georgianos expresiones e imágenes procedentes de los poemas de San Efrén en siríaco. Incluso en algún momento hicimos referencias a algún aspecto de la morfología de las lenguas bantúes, por muy exótico que parezca, a causa de las rarezas extravagantes de la gramática georgiana. Aunque todos los presentes conocían bien lenguas indoeuropeas y semíticas, quizá sólo el profesor y yo conociéramos lenguas bantúes, pero seguramente los demás siguieron los comentarios sin ningún problema, gracias a sus conocimientos de lingüística comparada. También hicimos comentarios referentes al persa y su entorno cultural, motivados por el contenido de uno de los textos, en el que un rey georgiano sometido al emperador sasánida se convertía al zoroastrismo por conveniencias políticas.  A todas estas lenguas que utilizábamos en el curso intensivo de georgiano medieval, habrá que añadir las que se encontraban en la mente de los presentes: la mayoría eran expertos en arameo y hebreo, una en árabe, el profesor seguramente conocía bien el ruso… y no me habría sorprendido que los presentes conocieran también el sogdiano, el copto, etc…


Este despliegue políglota es algo cotidiano entre los estudiosos de lenguas antiguas en España.


   Pero también se puede encontrar en otros campos de la Filología, entre las lenguas modernas: en publicaciones de textos literarios con comentarios y extensas notas a pie de página, a menudo se cita en la lengua original la explicación de algún investigador sobre algún punto del texto. No se da la traducción, porque se supone que un estudioso a ese nivel de erudición filológica está más que acostumbrado a leer bibliografía en cinco o seis idiomas. Se dan por sabidos el latín, el portugués, el francés, el italiano, el inglés y el alemán. En otros ámbitos filológicos se podrán encontrar citas en lenguas escandinavas que se dan por sabidas, o bien lenguas eslavas, o bien lenguas clásicas o semíticas, etc…
   Quiere esto decir que hay un nivel de erudición filológica en el que es normal encontrar políglotas cotidianos al estilo que se plantea en este Club Mitrídates.



    Pasemos ahora a otro campo de la cultura en el que es típico el utilizar muchos idiomas de manera cotidiana: los aficionados a la ópera, los cantantes de ópera y los músicos internacionales.


  Los aficionados a la ópera solemos aprender las lenguas en que fueron escritas las obras que tanto amamos. Escuchamos y también leemos y aprendemos los libretos. En mi caso la ópera y otras obras vocales de música sacra me han motivado y ayudado para aprender varios idiomas desde que era adolescente, de tal modo que a menudo la lectura de libretos precedía a la lectura de novelas.



   Tambien se puede explicar desde otro punto de vista: la ópera es un arte que se creó en un círculo social de personas que eran políglotas cotidianos. Durante los últimos 400 años los aficionados a la música vocal solían haber recibido de antemano formación en esos idiomas en que se cantaba, porque los utilizaban también en otras expresiones culturales de su vida. Cuando en la época actual te aficionas a la ópera, acabas convirtiéndote en políglota porque lo uno va entrelazado con lo otro.



   En una ocasión, en un castillo que visitaba, pude leer una explicación de cuál era la formación típica de los niños aristócratas en la Bohemia del siglo XIX: tenían varios preceptores privados y un aula dedicada al estudio dentro de palacio. Todos los días se dedicaban a estudiar 5 idiomas, y en esos textos ya iban surgiendo los conocimientos necesarios de historia, arte, literatura y geografía, sin necesidad de que fueran asignaturas aparte. Estudiaban latín, francés, inglés, italiano y la lengua que usaban en casa, el alemán. Jugando por patios y jardines con los niños de la servidumbre aprendían checo. De modo que terminaban siendo políglotas cotidianos, preparados para viajar y comunicarse con sus pares en otros países, y de paso, para entender la liturgia, las óperas y canciones de su época. Por supuesto su educación se completaba con música, dibujo, esgrima, hípica.
   En otras zonas geográficas se aprendería español, portugués, ruso o sueco... Lo que más me gusta es el régimen de estudio: todos los días cuatro o cinco lenguas. Muchos no cursaban más estudios que éstos, sólo algunos iban a la universidad por intereses o necesidades variadas.
   

   En el siglo en que vivimos ya no son sólo la alta burguesía y la aristocracia los aficionados a la ópera. Hoy en día desde cualquier parte del mundo se puede acudir a los festivales internacionales y codearse allí con personas que hablan cualquier lengua. Lo usual es comunicarse en la lengua del país en que se está: Bayreuth, Salzburg, Glyndebourne, Verona...  Con la facilidad que proporciona internet se puede reservar una entrada para ver la obra o el cantante que más te interese en ese momento, en cualquier teatro, grande o pequeño: Venecia, Milán, Nápoles, Londres, Viena, París, Praga, Berlín, Múnich, San Petersburgo, Moscú, Buenos Aires, Manaus, Filadelfia, Santa Fé, Copenague, Barcelona, Valencia, Madrid, Lisboa...


   Las lenguas más usuales de la lírica son bien conocidas, pero las nombraré aquí por si a alguien le sirviera de motivación para nuevas lecturas y audiciones: el latín para la música sacra (en toda su amplia variedad de géneros), el español, el italiano, el francés, el inglés, el alemán, el ruso, el checo. Menos usuales son el catalán, el portugués, el danés, el noruego, el sueco, el polaco. Hay música sacra espectacular en griego y ruso.
   ¿Qué significa esto? Que hay muchos cantantes que utilizan cinco idiomas cotidianamente y algunos más: completos superpolíglotas. Aquí se puede ver por ejemplo un disco de Renée Flemming en el que ella canta en italiano, francés, alemán, ruso y checo.


   Aquí el trailer de un documental que merece la pena comprar en DVD, Caballé - Más Allá de la Música, en el que nuestra Montserrat aparece hablando de manera suelta y natural en catalán, español, francés, inglés, alemán e italiano.  He leído que sabe otros dos idiomas, pero no sé cuáles, (posiblemente el portugués y el latín, o quizás el ruso, por los amigos rusos que aparecen en el documental). Este documental es un gozo políglota, sale cada pocos minutos gente hablando en idiomas distintos. No me extrañaría que el guionista y el director fueran políglotas consumados, aunque no lo sé (Alberto Sabaté y Antonio Farré).