viernes, 15 de abril de 2016

Retórica: el poder de las palabras



(primer esbozo del artículo)
   
   Cuando yo era una ingenua adolescente tomé contacto con el arte de la retórica cuando vi por primera vez la película del Julio César de Shakespeare. Me estaba interesando sobremanera, estaba suponiendo un gran descubrimiento del teatro isabelino... pero ay, cuando llegó el discurso de Marco Antonio ante el cadáver de César me quedé PE-TRI-FI-CA-DA. ¿Qué es lo que ha pasado aquí? Antonio acababa de darle la vuelta a todo lo que había dicho Bruto y de convencer a la plebe reunida en el foro justamente de lo que quería. Acababa de ver el poder del arte oratoria en acción.
   Sin perder un minuto comencé a leer la obra de teatro original, un libro que tenía mi madre todo desgastado, porque era uno de sus preferidos. 


Hay otra versión con mejor elocución e interpretación, aunque no tan acertada quizá visualmente por el vestuario o la disposición de los planos: la de Charlton Heston. Lo bueno de este vídeo es que el discurso está entero.

   Me esperaba más retórica en la universidad, en mis estudios clásicos. Desde entonces ya nunca me abandonó.
    Entre los rétores griegos, mi preferido es Isócrates, sin quitarle mérito a Demóstenes ni a los otros. Mis ediciones son de la colección Les Belles Lettres, bilingüe griego-francés, pero me gustaría tanto leer otras traducciones en otros idiomas: sería una manera de leer una de las prosas más sublimes en cada idioma. 
   De los romanos, Cicerón es el maestro, pero me encanta leer a Séneca y a San Agustín.
   Del Renacimiento, nada comparable al dulce fray Luis de Granada, sin querer quitar nada de su brillo y mérito al otro Fray Luis.

  Mi debilidad es la retórica barroca: me apasiona Bossuet, que es clásico y grandioso, contenido y apasionado a la vez.






   De la  época de la Ilustración, Feijoo y Jovellanos tienen un estilo tan equilibrado, tan claro, tan natural, que parecen intemporales.
   Fragmento de Jovellanos: Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias
   "Porque ¿qué son las ciencias sin su auxilio? Si las ciencias esclarecen el espíritu, la literatura le adorna; si aquéllas le enriquecen, ésta pule y avalora sus tesoros; las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza; la literatura le da discernimiento y gusto, y la hermosea y perfecciona. Estos oficios son exclusivamente suyos, porque a su inmensa jurisdicción pertenece cuanto tiene relación con la expresión de nuestras ideas, y ved aquí la gran línea de demarcación que divide los conocimientos humanos. Ella nos presenta las ciencias empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura en enunciarlas (...) 
Creedme: la exactitud del juicio, el fino y delicado discernimiento; en una palabra, el buen gusto que inspira este estudio, es el talento más necesario en el uso de la vida. Lo es no sólo para hablar y escribir, sino también para oír y leer, y aun me atrevo a decir que para sentir y pensar."

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